Estar feliz implica disfrutar de la vida mientras das lo mejor de ti.

 Aceptar lo que eres como persona y el estilo de vida que llevas.

El éxito se puede percibir como ese momento en el que logras cumplir las metas que te marcaste y obtienes los resultados propuestos.

¿Quién no desea lograr el éxito en la vida?

El problema no es el Éxito y como alcanzarlo sino definirlo según lo que realmente quieres lograr. Para algunos es simplemente alcanzar ciertos objetivos, tener dinero o poder. Para otros es organizarse y hacer un hogar, una familia, tener hijos, ser padre o madre.

Hay respuestas para todos los gustos.

Si reflexionamos un poco más, comprobaremos que la mayor parte de los indicadores que utilizamos son externos y exhiben más poder que éxito. Mirarlo desde ése punto de vista encierra una trampa: si alguna vez logramos alguno de esos objetivos, es fácil que nos inunde una sensación de vacío importante. En tal escenario, el asunto solo se arregla cuando nos fijamos otra aspiración.

 El éxito no es un lugar o una meta, sino un estado, una sensación. Consiste en ser feliz con lo que se hace. En ser cada vez mejor y tener un equilibrio en todas las facetas de nuestra vida.

No es válido triunfar en un aspecto a expensas de sacrificar otra, como les sucede a muchas estrellas de Hollywood. Son grandes actores o actrices, pero arrastran un complicado historial de deficiencias en su vida personal.

Por ejemplo: Si Instagram pudiera recopilar el éxito interior de las personas que salen en las fotos en lugar de la apariencia, seguramente nos llevaríamos alguna sorpresa. Algún guapo no lo sería tanto y algunos de los que aparecen desfavorecidos en las imágenes serían considerados una belleza.

El éxito interior es más integral, toca cada una de las facetas de nuestra vida, se apoya en nuestros valores y, además, es sostenible en el tiempo. Lógicamente no es perfecto. Es imposible lograr ese nivel, pero estar felices con nosotros mismos y con lo que hacemos genera una satisfacción real y duradera.

Como son la:

  • Paz interior. El éxito se puede valorar por el número de horas que descansamos, aunque pueda sorprendernos. Cuando uno está aquejado de mala salud o tiene una preocupación puntual es posible que vea afectado su descanso. Los problemas constantes para dormir suelen ser un reflejo de una preocupación, de un conflicto no resuelto o de algún tema que nos corroe.
  • Trabajar por un propósito. La satisfacción de lo que se hace tiene un impacto positivo en la vida de los demás. No hace falta que sea una empresa grande, basta con cuidar a un familiar, dirigir adecuadamente un equipo de personas o, sencillamente, tener unos valores positivos. Contar con un propósito y trabajar en él es uno de los grandes éxitos que podemos alcanzar en nuestra vida.
  • Desarrollo de potencial. La convicción de estar explotando al máximo las capacidades que tenemos. Por eso, cuando poseemos un talento al que no sacamos partido nos genera cierta frustración. Un ejemplo claro lo podemos ver en el trabajo cuando desarrollamos una tarea y pensamos estar más cualificados.
  • Estar aprendiendo. La sensación de estar creciendo y progresando como ser humano es una de las motivaciones más profundas que poseemos, junto con la de contribuir a un propósito. Resulta frustrante creer que estamos estancados en el trabajo o en nuestra vida personal.
  • Buenas relaciones personales. La capacidad para construir y mantener relaciones que enriquecen y suman es un indicador de éxito y de profunda satisfacción.
  • Ética. La autoridad moral para decir que mentir, robar o cualquier otra conducta negativa es inadecuada. Poder aseverarlo porque nosotros no incurrimos en ello nos genera tranquilidad de espíritu y paz interior.

En definitiva, podemos concluir que el éxito no es una meta, sino un estado que podemos alcanzar si somos capaces de salir de nuestra zona de confort. Basta con enfocarnos en los indicadores descritos.

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